6TA ENTREGA: AÑOS DE PLOMO, UNIVERSIDAD Y SENADO

ADOLESCENCIA PAMPEANA EN LOS AÑOS DE PLOMO 

 “Estamos intentando acompañar un proceso que los argentinos asumimos, con la serenidad y la firmeza que otorgan el más íntimo convencimiento y la inconmovible seguridad en cuanto a sus fines últimos; y al que la sangre de nuestros mártires transforma en irrenunciable. A ese proceso, a esa marcha, debemos seguir brindando el aporte de nuestros desvelos y la responsabilidad que nos cabe” Antonio Torrejón, Subsecretario de Turismo del gobierno de Jorge Rafael Videla, quien fue homenajeado en vida por el Ministro Enrique Meyer, bautizando con su nombre el Salón Auditorio, del piso 13 de la Secretaría de Turismo de la Nación, sito en Suipacha 1111, Buenos Aires. Pasaje de su discurso de bienvenida en la VIII Reunión Nacional de Turismo. Salta, 1977. 

RECUERDOS DE PROVINCIA 

Trato de no pasar o si paso no miro la Escuela Domingo Faustino Sarmiento, a la que en mi niñez le decían también “la de varones”. Es una de las escuelas del Centenario, con un edificio característico de planta cuadrada, con el salón de actos y una galería en el centro, techado, y las aulas todo en derredor. Me pregunto qué llevó a que invisibilizaran su frente, construyendo algo contemporáneo para lograr más aulas. Sin la menor sensibilidad por el pasado, pudiendo haber hecho algo artístico respetando la construcción original que aún se ve, pero de costado y en parte. Ahí fui abanderada, me aguanté los sermones de Masante, el Director, por las llegadas tarde; tuve a mis mejores compañeras de primaria, Lalín Costianovsky y Alicia Gatica; actué en los actos patrios; terminé séptimo grado y pasé al Colegio Nacional Capitán General Don José de San Martín. Me tocó -en las últimas elecciones- votar en ese colegio y me estrujó el corazón ver el deterioro de sus techos, paredes, faltos de mantenimiento e inversión… una sombra apenas de lo que fue. Los gobiernos y los ciudadanos que los votaron en democracia fueron implacables con la educación: mucho más dañinos que los que, en esos años turbulentos, dictaban nuestro destino pero no se atrevían a desmantelar la educación. Cómo ha aguantado mi Colegio Nacional el desprecio y la corrupción que llevaron los recursos a otros destinos. Me pregunto si no fue equivocada la decisión del presidente Menem de pasar todas las escuelas a las provincias y constato el éxito del pseudo progresismo para disciplinar a los maestros y a todo el sistema, en desmedro del modelo sarmientino que sin dudas habría que haber actualizado pero no destruido. 

Cuando obtener buenas notas era un mérito premiado on el honor de llevar la Bandera.

En diciembre de 1977 terminaba mis estudios en IPICANA, Instituto Pampeano de Intercambio Cultural Argentino-Norteamericano, con las mejores notas, además de la secundaria con un promedio-promedio. No sabía qué carrera elegir y a diferencia de muchos de mis compañeros de secundaria, no había hecho ningún test vocacional. Mi madre, María Gloria (a) Chiqui, Chiquitona, me hizo entrar a la administración provincial, donde necesitaban personal porque se había creado el INSSJP -Instituto Nacional de Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados y los jubilados de la provincia debían inscribirse allí. Era el contundente “o estudiás o trabajás” y cumplí el mandato, hasta que -vuelvo a IPICANA- Vita Von der Lanken, la directora, al preguntarme qué iba a estudiar y yo responder “asistente social” deslizó “con esa profesión vas a sufrir … tenés tanta facilidad para los idiomas, por qué no estudiás turismo?”, tirándome un ancla para que buscara informarme de qué se trataba esa carrera. Mis averiguaciones me llevaron a otra sentencia: “donde mejor se dicta la licenciatura en turismo es en la Universidad de Morón” y allí fue donde me inscribí… mejor dicho me inscribió un amigo que vivía en Devoto, el piloto Hugo Winter, que había sido mi primer alumno de inglés en Santa Rosa; yo no tenía mucha idea de dónde quedaba Morón; tampoco sabía que viviendo en el centro de Buenos Aires iba a tener que viajar en el tren Sarmiento todos los días. ¡Qué época! Me iba a tocar una gimnasia diaria, a veces subiendo al vagón por la ventana porque ni con los empujadores japoneses se podía hacer entrar más gente en la hora pico. Mi nuevo trabajo iba a ser en el Sempre, la obra social provincial, en la Casa de La Pampa, pleno microcentro porteño. Me instalaron mi madre y una prima que ya estaba cursando derecho en la UBA, en una pensión de estudiantes que regenteaba un español delirante, don Antonio, una suerte de El Encargado (serie de Netflix con Francella) pero aplicado a un alojamiento de señoritas, en Ayacucho y Peña. Emprendí otra rutina, lejos de mi casa, que además me sirvió como terapia para encontrar un rumbo con responsabilidad de buena alumna como siempre había sido, dejando en cierta forma atrás mis antecedentes de no tan buena hija, ya que pasaba mucho tiempo en la calle y en la noche de Santa Rosa, todavía una pequeña aldea. La pensión de don Antonio se había hecho célebre entre mis compañeros de la facultad a los que les contaba sobre mi pensión, porque el personaje afirmaba que hablaba con los extraterrestres y que sabía todo de nosotras, y que escuchaba la radio en “fórmula modulada” (FM). A mi mamá también le causaba mucha gracia. Una tarde me fue a visitar una prima segunda, estudiante de abogacía también, y al ver que mi pensión no era digamos un internado de monjas por el orden y el ambiente de seriedad (en realidad no éramos todas estudiantes, había de todo un poco), me invitó a mudarme con ella, a un departamento en la calle Alsina, a media cuadra de Bernardo de Irigoyen. Creo que me mudé el mismo día que me lo propuso: metí mis cuatro petates en una valija y partí. Me ayudaba a estudiar y hasta asistió a mi primera visita guiada en una plaza. Una grande mi prima, siempre estaré agradecida a ella y a su familia. 

En 1976 había sucedido el golpe cívico militar, pedido por la mayoría de la sociedad, espantada ante el terrorismo y sus crímenes. ¿Qué hacíamos y decíamos los adolescentes -al menos los de mi entorno- en esa época? Sabíamos de los atentados casi diarios y de la masacre de Ezeiza pero no recuerdo que fuera un tema de conversación en el colegio o en los asaltos (esas reuniones para bailar y festejar a las que cada uno llevaba algo para beber o comer); Perón era un anciano que había venido aclamado por su pueblo, pero estaba enfermo. Luego de su muerte al ver a su viuda sentada en el sillón de Rivadavia al menos yo, me conmovía ante la fragilidad de la imagen y me atemorizaba con la figura de José López Rega (a) El Brujo, que siempre estaba con ella. En 1972, cursando segundo año del Colegio Nacional, los de quinto, junto con estudiantes universitarios, habían tomado las instalaciones para exigir la nacionalización de la universidad. Sin saber nada del tema, obedecí junto con mis compañeros cuando los más grandes nos sacaron a la calle a marchar y gritar “nacionalización!” mientras mi mamá se enojaba con mi hermana porque era parte de los revoltosos. La figura del Che era popular y en los fogones cantábamos “para el pueblo lo que es del pueblo” y muchos slogans más, siempre de izquierda. 

Mi poeta favorito como el de muchas adolescentes de la época era Pablo Neruda y tenía todos sus libros, incluso el de la Oda a Stalin. Pero también en casa había un ejemplar de Archipiélago Gulag que leí devorada por la curiosidad, con el diccionario Kapelusz al lado o preguntando a mi madre “qué quiere decir fruición?” . La simpleza de mi interrogante chocaba con las consignas y cantitos de fogón que los padres encontraban graciosos, como una suerte de travesura adolescente y consentida, del tipo “La hierba de los caminos…” de Chicho Sánchez Ferlosio, que cantaba entre otros, Víctor Jara. Mi duda al leer a Solyenitsin fue : “Pero cómo? Los comunistas no eran los buenos?”. Es interesante contrastarlo con la vida universitaria en Buenos Aires, donde al menos hasta 1981 no se escucharon consignas políticas. 

Encuentro con mi promoción en el quincho del Comando Antártico, 2006.

La cursada en la que llamaban “la escuelita” de la Universidad de Morón -en ese momento Escuela Universitaria de Turismo-, cada tarde, luego del amasijo en el tren Sarmiento, fue entretenida y de poca exigencia académica: las materias me resultaban un repaso profundizado del secundario, salvo las que eran estrictamente turísticas, una de las cuales me valió el primer bochazo de parte de la profesora Graciela Ceballos. Se trataba de Introducción al Turismo y teníamos que estudiar con el libro de Fernández Fuster, dos tomos enormes que daban miedo pero que releyéndolos en la actualidad, eran un fabuloso compendio de la actividad en todos sus aspectos. Encontré amistades y compañías para compartir fines de semana de preparación de exámenes y trabajos prácticos. En los cientos de veces que tomé la línea Sarmiento, que tomé colectivos para ir a estudiar a casa de una compañera en Tapiales, el único hecho de inseguridad que recuerdo es el robo de una cruz de oro que me había regalado el novio del momento. Y un sopapo que le pegué a un degenerado que me tocó la entrepierna mientas dormitaba en el tren, de regreso de la universidad. 

Un práctico de la "escuelita" de turismo de la Universidad de Morón. Yo, de remera celeste.

 En la Casa de La Pampa tenía tiempo de pasar en limpio los apuntes de la facultad y hacía algunos trámites para los derivados de la obra social, aquellos afiliados que debían atenderse médicamente en Buenos Aires. Nadie se fijaba mucho en mi, salvo una señora que era muy atenta pero cuyo nombre no recuerdo, quien una vez, luego de cobrado mi magro sueldo, me aconsejó que hiciera un plazo fijo porque la inflación era tal que en pocos días … vería acrecentada mi humilde inversión! Cosa que por cierto hice. Recuerdo que el director de la Casa, Suárez Mason (sí, el hermano de Pajarito Suárez Mason) tenía como mano derecha a Silvia Gallego de Soto, una funcionaria que iba de vez en cuando, pero que tenía mucha confianza con él y que no me dirigía la palabra. El Director solía aparecer acompañado de una joven rubia, con quien, en ocasión de inaugurarse la ruta de la línea aérea LAPA a General Pico, fuimos -con él obviamente- invitadas especiales, en un divertido vuelo de ida y vuelta. Pero había algo que me molestaba bastante y era que Suárez Mason me tenía de cadete, o sea, yo tenía que ir tanto a la farmacia a comprarle sus medicamentos, como al bar a comprarle el almuerzo y el señor no se daba cuenta de mis gestos de, digamos, encule. Por ese motivo un día junté coraje, redacté mi renuncia (no me animaba a hablar), se la dejé sobre el escritorio y no volví más. “Qué disgustos le da a Matilla esa chica” dijo el Director. Juan Carlos Matilla, (a) el Chino, era la segunda pareja de mi mamá, después de divorciada de Romero y estaba a cargo de la Agencia Santa Rosa del diario La Reforma, empresa familiar con sede en General Pico. 

 No me acobardé; clasificados de Clarín bajo el brazo salí a buscar conchabo y en pocos días estaba trabajando en la dirección turbinas hidroeléctricas de Mitsubishi frente a Plaza San Martín. Mi jefe japonés (que deletreaba y se enojaba porque no le entendía: con r, me decía, con r de Rondres) también me encargaba trámites fuera de la oficina, pero yo había subido un escalón: eran sencillas y verdaderas gestiones en otras empresas y me decía: “toma taxi, ra empresa paga”. Con mis primeras vacaciones me fui a pasar unos días a Santa Rosa, para estar con mi familia (donde el ánimo era de velorio porque mi hermana había huido de casa a Chubut, a vivir con nuestro padre; pobrecita, en lugar de recibirla con los brazos abiertos la mandó a un internado en Rada Tilly que su hermana Lidia, nuestra tía a la que nunca traté, -ganadora de un premio Eisteddfod según decían- dirigía). Éramos una familia disfuncional, pero familia de algún modo. Yo quería y admiraba a la pareja de mi mamá, padre de mi medio hermano, pero se llevaban pésimo y a veces volaban los platos o estaban semanas sin dirigirse la palabra. En mi etapa adolescente en La Pampa, mis noviazgos y relaciones habían sido erráticos tirando a desastrosos y no le había dado precisamente satisfacciones a mi madre, en tanto en el colegio y luego en lo laboral me defendía bastante bien. En cambio, ya en Buenos Aires, el modus vivendi que había adoptado enorgullecía a mi mamá, según me dijo en una carta. 

En una de esas vacaciones en el pago, el llamado al teléfono gris (de línea), de un compañero de facultad, irrumpió en la siesta pampeana: se había enterado de una búsqueda para administrativa en la Confederación de Organizaciones Turísticas de América Latina, COTAL. ¡Tenía oportunidad de un trabajo en turismo! Partí a Buenos Aires y me entrevistó Claudia Teijeiro, quien estaba a cargo de los congresos y de asistir a la Presidencia de la organización y con quien con los años nos uniría una entrañable amistad. Una profesional excepcional, competente y competitiva, culta y con carácter, con una memoria prodigiosa, que había estudiado turismo (más bien parecía ingeniera), pero estaba por encima del promedio en todo. ¡Por querer imitarla, hasta estudié taquigrafía! A poco de arrancar viajamos a Torremolinos, España, a aquel histórico congreso de 4000 participantes, una locura y una prueba de trabajo dura y exigente, en horas y en tratos degradantes por parte de algunos jefes varones que hoy no pasarían un “me too” ni a un kilómetro. Otra amistad querida para toda la vida, que coseché, fue la de Beatriz González, confidente y soñadora, gran conversadora en francés y en alemán, quien no siguió trabajando en turismo y la de Jorge Busquets, un histórico del sector a quien seguiría viendo y consultando y que ha fallecido en este 2024. 

Con otra prima fuimos a la plaza de Mayo cuando Ubaldini convocó contra la dictadura cívico-militar y corrimos para evitar los gases, refugiándonos en la entrada de un edificio. Dos días después la noticia sobre la recuperación de las Malvinas me dejaba atónita ante la imagen de Galtieri en el balcón, con miles de argentinos vivándolo desde esa misma plaza por la que habíamos corrido asustadas. 

COTAL significó viajes a España, USA, Brasil, Colombia y Centroamérica, a congresos y eventos de turismo, un sueño cumplido en mi etapa de estudiante. 

Reunión de COTAL en Punta del Este. Año 1982. Yo, 22 años, con Jordi Busquets (QEPD). 

Todavía no me había recibido cuando el entusiasmo por la democracia y la influencia de mi mamá con su querida UCR me llevaron al comité más cercano en el barrio de San Cristóbal, donde ambas convivíamos. Allí uno de los dirigentes barriales, que militaba en la Junta Coordinadora y con quien me puse de novia, me dijo un día, creo que deseoso de que cesaran mis frecuentes viajes al exterior: “Querés trabajar en el Congreso? Sería en el Senado, te puedo hacer nombrar por González Gass, para que te destinen a la Comisión de Turismo”. En efecto, me designaron con categoría A-5 (técnico-administrativa) pero no pude ir a esa comisión: me mandaron a Deportes y allí estuve hasta los años en la Fundación de la República de Hipólito Solari Yrigoyen, desde donde logré regresar al Senado contra la voluntad del ya senador/prócer de los DDHH, con destino en la Dirección de Personal. Confieso que ahí, acudí al gremio, -que tenía un pequeño escritorio en alguna dependencia del Palacio, de “la Casa”-. Era la Asociación del Personal Legislativo, que hoy tiene todo el edificio sobre Riobamba, que perteneció a la DAS, la obra social del Congreso. La palabra acoso no formaba aún parte del diccionario. “Solari Yrigoyen quiere ver rodar tu cabeza. No te quiere dar el pase; pero le vamos a mandar un mensaje y va a tener que ceder. Tenés algún problema en ir a Personal?”. “Ninguno”, respondí. “Yo trabajo, no soy ñoqui”. Personal entonces era una sencilla Dirección de una dimensión que bastaba para cumplir con sus fines, hasta que la Presidencia de Daniel Scioli (Vice de Néstor Kirchner) le sumó por encima una Dirección General y nunca paró de agrandarse, al igual que cada una de las dependencias administrativas, como muestra el agregado de ravioles y ravioles en el organigrama, que servía para más sueldos de directivos y nombramientos de empleados. Allí estuve hasta que un compañero de Personal me ayudó a que me pidiera el Senador por La Rioja Libardo Sánchez, presidente de la Comisión de Turismo. Me asignó a su despacho porque ya no controlaba la Comisión: estaba peleado con los Menem. Cuando me presenté en la Comisión una abogada, Mónica Ayllón, que oficiaba de mandamás, me devolvió el memo y me dijo: “No querida, vos acá no entrás. Decile al Senador que te lo dije yo”. 

 Cuando dicen que los días más felices fueron peronistas me acuerdo de José Luis Gioja y de mis compañeros de trabajo, muchos de los cuales eran sanjuaninos, aparte de unos cuantos porteños y yo, la pampeana. Gioja me heredó junto con el despacho de Libardo. Fuimos adelante con proyectos que lograron ser ley y que me llenaban el alma de plenitud y orgullo: Capilla de Achango, Molinos del Norte de San Juan, el Laprida Joven de Lola Mora en Jáchal, declaraciones y resoluciones a favor de la presencia argentina en la Antártida, Camino del Inca … Gioja hasta apoyó y firmó sin dudar un proyecto de ley para la creación de un Colegio de Profesionales en Turismo en la Ciudad de Buenos Aires, cuando aún no era autónoma. Yo hacía proyectos de turismo y él me decía: “Perfecto, pero avisale a la vieja, sino después me hace quilombo”. Lo de “vieja” no era despectivo sino una nota de humor, cuando todavía no había tantas susceptibilidades feministas. Se refería así a las mujeres y en este caso a Carmen Bertone, senadora por La Pampa, quien presidía la Comisión de Turismo y asesorada por la secretaria de la comisión, una abogada oriunda de Misiones, que había heredado del Senador Oudín (PJ Misiones), denunciaba mis proyectos como intromisiones en su autoridad o competencia, que provocaban la risa de Gioja pero a mi me ponían en un cono de sospecha por la nada misma. La Cumbre Mundial del Ecoturismo en Québec en 2002 fue uno de los tantos detonantes: asistí con permiso de Gioja, pagándome absolutamente todo y presentando un paper con los proyectos que había hecho para San Juan, desde el ámbito legislativo. Ese tipo de sucesos enfurecía a la secretaria de la comisión, la abogada Carolina López Forastier, que acudía a su jefa la senadora pampeana y ésta presentaba las quejas ante Gioja. Así fue hasta que finalizó el mandato de Gioja y partió a asumir como Gobernador de San Juan, en diciembre de 2003. Para mi sorpresa, la senadora Bertone me mandó llamar para que la viera en su despacho; allí fui, luego de que el secretario de su despacho, un pampeano, me dijera: “te quiere pedir disculpas”. Así fue. Bertone me dijo: “La que me hablaba pestes de vos era Carolina. Pero ya le dije a Rubén (Mera), que aproveche el cambio de autoridades para sacársela de encima”. Respondí algo así como: “Acepto las disculpas y le deseo suerte, senadora. Qué lástima. Cuando supe que en la presidencia de la Comisión de Turismo iba a haber una pampeana, me puse tan contenta. Creí que iba a poder colaborar.” A Carmen Bertone la designaron al frente del organismo de turismo provincial, en La Pampa. 


Estatua de Laprida Joven, de Lola Mora, en Jáchal, San Juan. Logramos su protección como Bien Cultural de la Nación, junto con el Arq. Grizas y el Senador José Luis Gioja.

Seguí mi vida laboral en el Senado y dando clases de turismo en institutos y facultades. Juan Carlos Chervatín me había convocado para la Maestría en Gestión y Economía del Turismo de la UBA, cuando llevaba años como ayudante ad-honorem en las carrera de grado de Económicas, donde turismo era una opcional. 

“Adriana, cómo estás. Viste que Rubén va a presidir la Comisión de Turismo. Con Emilio -que va a ser el secretario de la comisión- queremos saber si vamos a poder contar con vos, que nos des una mano como asesora”. Por teléfono, el secretario del Senador Rubén Mera (PJ, Santiago del Estero). Emilio era un empleado de la Comisión, fiel ladero de López Forastier hasta que ella cayó en desgracia. “De ninguna manera Ernesto; yo no voy a asesorar a quien se prestó a perseguirme y denostarme, causándome una cantidad de inconvenientes; no trabajaría con esa persona”. Me salió así, bastante contundente, lejos de ese estilo indeciso que tanto me reprocho. Llamé a mi amigo Carlos “Tama” Quinteros, otra víctima de López Forastier. Él también había sido Secretario de la Comisión, pero ella irrumpió sin aviso previo con una designación en mano y sin mediar palabra le exigió que desapareciera de la oficina; Tama quería quedarse como asesor y al discutir, ello lo denunció por violento, lo que le provocó una parálisis facial luego de un incidente cerebro vascular que casi lo desmorona. Nuestro diálogo me provocó el click: “Tenés que ser vos la Secretaria. Vos tenés que ir y decirlo, que vos querés ser. Si no lo hacés, nadie te va a venir a buscar”. No salía de mi incredulidad: “Pero Tama, a quién le voy a decir?” pregunté. “Cómo a quién? Vos hablá con Gioja, yo hablo con Nicolás Fernández”. Así, en breve me encontraba frente al Senador Mera, escuchando: “No me puedo negar a un pedido de Gioja, de Fernández y menos de Pichetto, que es nuestro Presidente de Bloque”. Mi designación provocó desazón en quien ya se había probado el traje y una rabieta apoteótica en la secretaria saliente, quien sacó de repente carnet de víctima de la dictadura, acusándome de estar “casada con un milico”, mientras a su padre lo llevaban detenido. Me había casado en 1995, las épocas eran distantes, pero no importaba, daba resultado. 

Logramos que el Presidente Provisional del Senado inaugurara la IIa Convención del Foro de Profesionales en Turismo en el Congreso de la Nación. 

La Argentina se entregaba al pseudo progresismo cancelatorio y difamatorio, de cabeza, pero aún no lo sabíamos. Lo volvería a sufrir finalizada mi etapa al frente de la Comisión de Turismo, cuando Dante Elizondo, Ministro de Turismo de Gioja, sugirió mi nombre para que me designaran al frente del área de turismo del vino en el Inprotur. Ahí estaba Marcela Cuesta, quien según me refirieron dijo: “De ninguna manera; está casada con un milico”. Tenía otras expectativas con relación al gobierno de Néstor Kirchner, al menos en turismo. Como Secretaria de Comisión, fui testigo de “a este proyecto no se le toca ni una coma” y de la relación carnal entre cúpulas empresarias del turismo y las autoridades de Suipacha 1111. “Ustedes son nuestros empleados, no tenemos por qué ponerlos en el anexo” fue la sentencia de Marco Palacio (QEPD), presidente de la Cámara Argentina de Turismo, mientras negaban la entrada a un grupo de licenciados en turismo a una reunión de comisión en ocasión del tratamiento del proyecto de ley nacional de turismo. El anexo a la ley reproducía el listado de la Organización Mundial del Turismo, con los servicios y funciones relacionados directa e indirectamente con el sector, pero entre los graduados universitarios se había omitido a los licenciados y técnicos en turismo. La insistencia con que desde el Foro de Profesionales en Turismo -que en ese momento presidía la colega María Cecilia de Salterain- peticionábamos para ser incluidos, no hubiera alcanzado si algunos legisladores y autoridades provinciales no se hubieran solidarizado ante tal omisión. 

PROFESIONAL EN TURISMO 

“Adriana, me cortaron una consultoría de calidad en el Registro de Idóneos”, me dijo llorando en el teléfono Mariela Wagner, una colega del Foro. “Porque leyeron el reportaje de Ladevi donde defendíamos a los colegios de profesionales. No entiendo… no hablamos mal de la AAAVyT. Me dijeron que pase a buscar la liquidación y que me olvide de ellos”. O sea, el encono de la asociación de agencias de viajes era tal que usaban al Registro de Idóneos, una caja que les había delegado el Estado en la época de Mayorga, para hacer contrataciones y apretar a quienes osaran hablar de los colegios de profesionales. Darío Cervini era un operador de la AAAVyT (hoy Faevyt) que logró ingresar en la gestión de Daniel Scioli a la Secretaría de Turismo de la Nación. El Estado suele hacer que los ciudadanos paguemos un sueldo a quienes ingresan rentados a hacer lobby a favor de una empresa o de una corporación. Al salir eyectado Scioli debido a su reclamo por la baja de impuestos, lejos de irse, Cervini se quedó, fue Jefe de Gabinete de Enrique Meyer y luego fue vocal de Parques Nacionales. 

Hecha la introducción, comprenderán este otro episodio lamentable: luego de renunciar como Secretaria de la Comisión de Turismo, un jefe regional de Parques Nacionales me pidió que fuera a Iguazú a hacer un informe, que era urgente y que mientras tanto tramitaría la autorización para el pago, que iríamos con un equipo de expertos de diversas áreas. Ya habíamos cumplido con la misión y el primer informe de avance, cuando me llamó el jefe regional para disculparse: “El único pago que no me autorizan es el tuyo; la negativa de un vocal del Directorio, que representa a la Secretaría de Turismo, Darío Cervini, fue terminante. Lo siento”

Había retomado mis estudios de abogacía en la UBA, que concluiría en 2010 y toda la situación era un picnic para el análisis jurídico. En las universidades donde se forma a los futuros colegas del turismo no se explicaba esta realidad. Nadie abogaba a nuestro favor. Los colegios formados en las provincias no eran escuchados. Toda opinión al respecto era silenciada. Pocos medios turísticos reflejaban las opiniones de los profesionales en turismo con relación al Registro de Idóneos; Ladevi era uno de ellos. Hostnews con el recordado Rodolfo López, que en paz descanse, también. Tengo presente la anécdota de cuando, ya en el llano, habiendo renunciado al cargo de Secretaria de Turismo de la Comisión del Senado, en un congreso de la entonces AAAVyT invitaban en las redes a dejar una opinión. Sentada en un banco de un centro comercial de Benavídez, escribí: “Devuelvan el Registro de Idóneos” y para enojo de los popes de la gremial empresaria, eso se proyectó en una pantalla gigante y lo leyeron todos, de manera que procedieron a borrarlo. La situación fue reflejada por Ladevi, calificándola de censura. El motivo de la alergia a abordar el tema, era que reconocernos como profesionales en turismo colisionaba con la acérrima defensa de la caja del Registro de Idóneos, al que estábamos obligados a acudir pagando un arancel, en caso de querer trabajar como responsables técnicos de agencias, conocidos como idóneos. Ese Registro, creado por el Estado durante el gobierno de Carlos Menem, que recreaba el original del gobierno de Isabel Perón y que había caído en el olvido durante la dictadura, había sido delegado a la entonces AAAVyT. Finalmente, los licenciados y técnicos fuimos incluidos, aunque el Registro de Idóneos continuó siendo administrado por la patronal empresaria, recaudando en forma de pseudo matrícula, desde 1992, ya que las profesiones deben ser reguladas por las provincias, no por la Nación, y menos aún por una gremial empresaria. No quedó ahí: hoy la FAEVYT tiene dos registros, porque la administración de Javier Milei, con Daniel Scioli y Yanina Martínez a cargo del turismo nacional, le pasó los datos del Registro de Agencias, donde constaban socios y no socios de la Federación, luego de la desregulación de la actividad. No es obligatorio, pregonan, pero si una empresa o agencia, quiere participar de una acción promocional de la Cámara Argentina de Turismo (de la cual la FAEVYT es miembro) deberá estar inscripta en dicho registro privado. Incorrecto, cuanto menos, porque la Cámara Argentina de Turismo (CAT) recibe para casi todas sus acciones promocionales, recursos provenientes de los impuestos que pagan todos los argentinos. Pregunté en una capacitación del Colegio Público de Abogados de Buenos Aires, en mayo de 2024, por qué una gremial empresaria conservaba un registro que en su momento fue público, con todos los datos, y no lo había recuperado el Estado, para poner orden y que cada provincia asumiera su competencia en el control de la matrícula, ya sea a través de un Colegio o de un registro provincial. La respuesta de la ponente, la Dra. Arcos Valcarcel, abogada de la FAEVYT, fue: “no es una habilitación, es un registro”. Eufemismos criollos de nosotros, los reyes de la anomia. 

Con la fundación del Foro de Profesionales en Turismo en 2003 y los reclamos a favor de los colegios y asociaciones me había ganado la inquina de cualquiera que ocupara el sillón de Viamonte 640 (sede de la Faevyt) o de Piedras 383 (sede de la CAT). Tomé licencia y asumió María Cecilia de Salterain. Tuvimos un muy buen diálogo con Tomas Ryan, quien presidió la entonces AAAVyT en tiempos de Enrique Meyer y Daniel Olivera. En un congreso tuvo la osadía de reclamar por menos impuestos para el sector. Le valió tener que renunciar a la presidencia, dicen que por orden de Guillermo Moreno, el Secretario de Comercio de Néstor Kirchner, que el Secretario Meyer cumplió rigurosamente trasladando el cometido a sus socios de la AAAVyT. Tommy era realmente un hombre de diálogo, respetuoso de las instituciones, con quien podíamos diseñar una forma de fortalecer la profesión y hacer una alianza público-privada-profesional. Recuerdo la furia de un directivo cuando mencionamos que era necesario que una asociación privada no llevara un registro que debía ser público y que además su competencia correspondía a las provincias. Dio un respingo en la silla, luego se puso de pie y gritó: “No, de ninguna manera! Ese registro lo conseguimos nosotros! Por qué se lo vamos a dar a los colegios?”. Recordé las frases de Daniel Aguilera, viceministro de Meyer, contándome: “Ese registro se lo dimos a los de la AAAVYT (hoy Faevyt) porque era una época en la que las agencias no se asociaban o no pagaban la cuota; encontramos la forma de sumar socios y que tuvieran una caja”. 

Bien. Escribo este párrafo el 29 de diciembre de 2024, cuando estoy intentando inscribir a mi agencia receptiva en el dichoso registro. Además de AFIP, título universitario, redes, datos particulares y otras yerbas, me piden la inscripción en una base de datos personales y que registre la marca. Me lo piden desde un registro particular, llevado adelante por empresarios, que recibieron el paquete de parte del Estado, que se supone venía a sacarnos la hojarasca de encima. Parece que la hojarasca se la dieron a una corporación, para que siga abusando de nuestro tiempo y esfuerzo. Sucede que los operadores, esos  que antes te ofrecían alegremente ser "free-lance", ahora que el Estado no lo exige, decidieron que una forma de evitar las estafas que de vez en cuando ocurren en el rubro, es que formes parte del Registro Nacional de Agencias de Viajes, en manos de una patronal empresaria. El campo seguirá alambrado y los incumplimientos seguirán ocurriendo, como pasó con Nuova Viajes, registrada en el momento de la estafa, con legajo, con todo. 


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