LOS 80 Y LOS 90 - DÉCIMA ENTREGA

Ahora, Alfonsín

Cuando el régimen cívico-militar, luego de la Guerra de Malvinas, comenzó a flaquear, se notó enseguida en el ámbito estudiantil. Acepté inmediatamente cuando Carlos y Mabel, compañeros de curso y creo que los mejores alumnos de la promoción, se acercaron a preguntarme si me interesaba participar de la formación del centro de estudiantes. Sospecho que lo hicieron porque ellos no eran muy populares -rara vez los mejores alumnos lo son- y yo no era que desbordaba en aclamaciones, pero al menos no me tenían bronca y era simpática, además de una alumna con notas promedio. Nuestros reclamos apuntaban sobre todo a las deficiencias en el dictado de algunas materias, por la falta de nivel académico de los profesores. Una constante en turismo era que, como carrera relativamente nueva, alimentaba su cuerpo docente con los jóvenes egresados cuyos conocimientos y experiencia no alcanzaban el nivel necesario para estar al frente de una clase en la universidad. 

En los 50 años de la Universidad de Morón

El otro reclamo, al reunirnos con el resto de las carreras, era el monto de la cuota, que siempre considerábamos abusiva y era una excusa para iniciar acciones. Mi formación política era nula. Sólo sabía que mi mamá era radical, que admiraba a Illia, que había sufrido no poder trabajar en el Estado durante el gobierno de Perón, que unas peronistas la habían molido a palos por pasar por enfrente de una unidad básica en Santa Rosa. Mi mamá, a quien yo molestaba llamándola gorila cuando protestaba contra los peronistas y que recién comprendí cuando me tocó sufrir a los kirchneristas, su rama radicalizada encaramada en el poder, hacía muchas bromas con su aversión al régimen: “Yo no como peras porque me recuerdan a Perón”.
Mami con el busto de Arturo Illia en la Casa Rosada

La separación de mi mamá y su mudanza a Buenos Aires fue otra etapa. Mami estuvo un tiempo en Santa Rosa luego de su separación pero no aguantó -no sé si la soledad o el enojo que aún sentía por la situación- y decidió que nos instaláramos en un departamento en San Cristóbal. En su primera separación había hecho lo mismo: preferir el anonimato de Buenos Aries. Hoy, que estoy radicada nuevamente en La Pampa, creo comprender la sensación de opresión que la acecharía, porque aún luego de tanta evolución, redes y modernismo, seguimos siendo una sociedad algo endogámica, empeorado por la uniformidad de pensamiento que se ha insuflado durante décadas del mismo signo político.

En 1982 como muchos jóvenes, me acerqué a un comité radical del barrio de San Cristóbal, luego de la militancia universitaria en la Franja Morada (como éramos de una universidad privada, la Franja nacional no nos tenía muy en cuenta de manera que no conocía a nadie de la conducción, salvo una vez que nos recibió un Storani que ocupaba un cargo en el Ministerio de Educación) y de haber presidido el primer centro de estudiantes de turismo al regreso de la democracia. En el comité conocí a quien sería un fugaz novio, quien, para que yo dejara de viajar, me ofreció trabajar en el Congreso (no fue la militancia, fue el amor). Así dejé la actividad privada e ingresé directamente como personal técnico administrativo, con categoría A-5, designada por el Senador radical Oscar Nápoli (a quien no conocía y que al entrevistarme, viendo mis antecedentes en turismo dijo: “mejor a turismo no, vas a ir a la Comisión de Deportes”. Sorpresa. Pasé unos días en el bloque de la UCR y allí conocí a la crema del radicalismo del Senado, a la cual pertenecía Marcelo López Alfonsín -hoy Juez- , recién designado también (ambos éramos parte del aluvión alfonsinista) que me preguntó si me habían asignado alguna tarea y respondí que no. “A mi tampoco” dijo, y agregó: “Así que aprovecho para estudiar (derecho); me conseguí este escritorio y puse mis cosas”. Con portación de apellido era fácil conseguir escritorio, a mi, una ignota militante novia de alguien, ni se me hubiera ocurrido pedirlo siquiera.

Una época entrañable fue la del noviazgo con Marcelo, correligionario de la carrera de derecho en la UM, en las antípodas del ideario que había signado mi bautismo en la Coordinadora, con mi anterior novio. Con Marce organizamos una pegada de afiches y volanteo en la UM, producto del fervor revolucionario, en los que recordábamos que la esposa de Videla era la madrina de la universidad y cosas por el estilo. Recibimos una reprimenda de nuestra dirigencia, que nos acusó de usar consignar montoneras como “Franja Morada, la Patria Liberada”. Charlas, reuniones interminables, pintadas, viajes en el tren Sarmiento, en la Lujanera, cánticos y seminarios eran lo cotidiano; como cuando nos juntamos en el bar para ver el debate del Canciller Dante Caputo con Vicente Leónidas Saadi, de donde salimos repitiendo la muletilla de las “nubes de Úbeda”. Marce me ayudó siempre, incluso cuando decidimos reflotar un sindicato de empleados de turismo, en 2018, rescatando una inscripción anterior, que finalmente quedó trunco por mi mudanza a La Pampa.
Con Marcelo Baños, en un encuentro de ex correligionarios de la Franja Morada.

Militancia y trabajo en el Estado, combinación conocida, pero que había cambiado en su contenido. En la Secretaría de Turismo de La Pampa, año 2020, se decía: “Fulanita se afilió al peronismo para conseguir categoría; si no lo hace, no va a tener ninguna posibilidad de mejora laboral. Menganita se había hecho del Pro pero ahora volvió a militar para el PJ, sino, dice que no tiene posibilidad de nada”. Jóvenes carentes de idealismo, pragmáticos e indiferentes al concepto de compromiso con alguna causa. Sin embargo, un par de ellos, de familias sin apremios económicos o de fortuna, con grandes extensiones de campos en producción, se aferraban a un empleo en el sector público, creo que por un supuesto prestigio. Si me faltaba alguna materia para aprobar el máster en realismo pampeano, fue el trato con el personal de la Secretaría y el análisis de sus perfiles, tarea que superaba mis posibilidades. Tomé conciencia del tiempo transcurrido y de que los hechos habían parido diferentes formas de encarar la vida y el trabajo.

No me acerqué a la militancia universitaria ni al comité para lograr un puesto o un ascenso simplemente porque no existía en mi pequeño universo esa ambición tan simple y terrenal. Tenía un trabajo en el sector privado y mi madre nunca me sugirió ir al Comité para lograr un empleo en el Estado. Fui parte del aluvión alfonsinista versión ingenua e ignorante, ya que lo poco que sabía de política eran retazos de lo escuchado en casa, en el colegio secundario con la materia ERSA -Estudio de la Realidad Social Argentina- cuya profesora era Zelmira Mireya Regazzolli “la Miyi Regazzolli[1]”, hija del Gobernador que el golpe cívico militar encarceló. Ella también fue perseguida y encarcelada y según las crónicas periodísticas tan exhaustivas sobre los casos de la represión que sobrevino al golpe de Estado, acusó al ex gobernador Rubén Marín, fallecido hace poco, como uno de sus entregadores[2]. Fue una buena profesora. Recuerdo que usaba una crema para manos, Ming Opium, y una vez que me prestó su lapicera, quedé extasiada con el perfume. Al volver a casa, le pedí a mi mamá que usara esa crema, que me encantaba.

Nunca había visto a mi mamá más feliz que en los festejos por el triunfo de la fórmula Alfonsín-Martínez en Buenos Aires. Nos acompañaba en la algarabía su amiga Mary Alvarez, con quien habían sido compañeras de trabajo en Santa Rosa. Con los años volví a encontrar a Mary como Directora de la Casa de La Pampa, convertida al peronismo más leal junto a Rubén Marín, olvidada de cualquier pasado filo radical.

En el Senado, con Jordi Busquets, en una Convención del Foro de Profesionales en Turismo.

El Senado que yo conocí

El Senador Nápoli presidía la Comisión de Deportes y en cambio en la de Turismo, era vicepresidente. En conclusión, pude hacer muy poco por el deporte y nada por el turismo. Mis compañeros de oficina, además de una militante del ala tradicional de la UCR (o sea, no de la Coordinadora), eran dos árbitros de fútbol radicales. Uno de ellos decía “voy a buscar la séntise (sic) de prensa”. Otro compañero de tareas era un militante que había trabajado según él mucho para la campaña y creía que merecía más categoría, sobre todo porque había colgado una enorme bandera, no sé de dónde, en un acto de Raúl Alfonsín. Había un señor Carlos Kay, muy enfermo, que sin embargo iba a la oficina, pero no hacía nada. La conducción del staff era doble: si bien las comisiones requerían de un Secretario, el Senador Nápoli había nombrado a un tal Dionisio como Director, cargo no existente en la estructura, y como Secretario a Rafael San Martín, que era muy de izquierda, quien había denunciado haber sido perseguido en la dictadura. Dionisio era controlador de horarios y formalidades pero no generaba trabajo alguno. Recuerdo que una vez el Senador mandó a dos abogados a redactar un proyecto de ley de turismo y me pusieron a mi a tomar dictado de sus frases y artículos. La abogada dijo “Otra vez con el mismo proyecto. Cuántas veces lo hicimos”? y yo me preguntaba: “por qué no lo hicieron en la Comisión de Turismo”?. En esa época Fernando De la Rúa había presentado su proyecto contra la violencia en el fútbol. Corría… 1984. Cuánto déjà vu.

Luego de algunos años, no recuerdo si todavía gobernaba Alfonsín o ya estaba Carlos Menem, este señor o doctor San Martín, Carlos y otros personajes, protagonizaron un episodio de secuestro o similar y terminaron en la cárcel. No sería el único episodio delincuencial con empleados de “la casa”. Recuerdo que al comenzar la democracia yo me quejaba de las chapucerías de algunos empleados y legisladores y mis correligionarios me respondían: “ya se va a ir depurando y va a evolucionar a una mejor calidad administrativa y legislativa; recién acabamos de recuperar la democracia, son muchos años de dictadura”. Siento tener que reconocer que fuimos involucionando y ahora los legisladores de antaño me parecen a la altura de Lisandro de la Torre comparados con los actuales, salvo muchas excepciones, claro. No hay que generalizar.

Por sugerencia del doctor San Martín me mandaron a trabajar con Hipólito Solari Yrigoyen, quien sí, realizaba tarea parlamentaria, aunque al principio debí asistir a su fundación, desarrollar el aspecto administrativo del periódico La República y organizar eventos. Cuando lo eligieron Senador, empecé a pispear el armado de proyectos; recuerdo el de protección de la capilla "Seion", de Bryn Gwyn (Loma Blanca) Chubut, que luego tomaría yo como ejemplo para declaratorias de otros sitios, como la capilla de Achango en la provincia de San Juan.
Capilla de Achango, San Juan. Foto de Tiempo de San Juan. 

La oportunidad para ascender al status de asesora en realidad me lo brindó el Senador José Luis Gioja, con quien llegué a trabajar por una casualidad, luego de pasar por la Dirección de Personal (adonde me mandaron castigada por resistir a actitudes abusivas por parte del Senador Solari Yrigoyen) y por el despacho de un Senador de La Rioja, Libardo Sánchez, que presidía la Comisión de Turismo y no tenía casi actividad, porque estaba peleado con su bloque. Me esforzaba para acercarme a esa Comisión, pero siempre había algo o alguien que me alejaba. El Senador Sánchez me mandó a las oficinas de la Comisión con un memo, firmado por él, donde indicaba que yo debía prestar servicio en ese destino. La Secretaria de la Comisión, Dra. Ayllón, tomó en sus manos el papelito del memo, me miró y me dijo: “no, querida, acá no vas a trabajar. Decile al Senador que a mi me lo tiene que ordenar la Dirección de Comisiones”. Fin, diría Adorni. Y vuelta al despacho de Libardo, que por suerte no era antimilitar y me apreciaba por Víctor, mi esposo, que en ese entonces era Mayor del Ejército. Luego de casarnos nos íbamos a postular para vivir un año en la Base Esperanza de la Antártida. A Libardo le gustaba que le contara sobre el proyecto de ir a la Antártida y siempre quería hablar de armas con Víctor. Tenía que lograr que me permitieran tomar licencia sin goce de haberes para poder recibir el pago del Ejército por estar un año en una base antártica de la Argentina, realizando las tareas que me asignaran. No sería Libardo, quien culminaba su mandato en 1995, sino Gioja quien me permitiría pedir la licencia. 1997 fue un antes y un después. La Antártida nunca te deja, decimos quienes la conocemos.


Expedicionaria al Desierto Blanco


En 1995 Mountain Travel-Sobek contrató a Víctor como guía para escalada en hielo y pude acompañarlo. Recorrimos muchos sitios de desembarco de los cruceros regulares así como otros parajes aptos para la práctica de los turistas que habían pagado cerca de diez mil dólares por vivir esa experiencia. En 1997 volvimos, pero para vivir un año en la Base Esperanza bajo la jefatura de Víctor, donde mi tarea sería la locución en LRA36 Radio Nacional Arcángel San Gabriel, así como colaborar en la escuela (que se llamaba Julio Argentino Roca y le cambiaron el nombre por Raúl Alfonsín) y recibir a los buques que arribaran con turistas. La vida en un lugar extremo te da un cierto mérito o autoridad para ensayar ejemplos o contar historias de liderazgo. Un personaje reverenciado por los antárticos es el General Hernán Pujato, a quien pude conocer en el Hospital de Campo de Mayo, ya en las postrimerías de su vida. Su obra fundacional en el territorio del continente helado me dio tela para el storytelling, poniéndolo de ejemplo para machacar con que “para hacer cumbre, hace falta primero, haber hecho base”. Con esa metáfora -que usé en el tercer Foro Nacional de Turismo en Ushuaia- resumía mucho de lo que estábamos haciendo con el turismo pampeano, que no revestía espectacularidad pero construía paciente y casi silenciosamente los fundamentos sin los que no se podría avanzar sobre los cimientos de un edificio seguro: desarrollo de producto, ampliación de oferta, capacitación, calidad, accesibilidad, know-how en formulación de proyectos públicos y privados, eran los bloques de la construcción que encarábamos. Impresionante ejemplo el de Pujato, de quien se han escrito libros y que se dice integra una gloriosa tríada con Manuel Savio y Enrique Mosconi.
Víctor Figueroa, al regreso de la búsqueda en las grietas. 2005.











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